La importancia y responsabilidad histórica del «descubrimiento» de América: crónica de un debate

Estos días hemos estado debatiendo en clase una cuestión peliaguda: ¿en qué medida existe en España una responsabilidad histórica respecto a la conquista y colonización de gran parte de América por parte de la Monarquía hispánica desde fines del siglo XV hasta el siglo XIX? Esta pregunta se plantea muchas veces cuando conversamos con personas de países americanos, en la mayor parte de las ocasiones en tono cordial al tiempo que crítico (y no tanto revanchista), aunque hay algunxs (americanos o españoles) que ni se lo plantean…

El debate ha sido todo un ejercicio de reflexión y argumentación sosegada y contrastada, como deben ser los debates. Un compañero ha moderado y tomado el turno de palabra en cada clase y el profesor ha tomado acta (que pasa a resumir aquí). Esos turnos se han respetado con gran escrupulosidad, lo que ha facilitado enormemente el debate. Asimismo, los argumentos estaban a menudo fundamentados en ideas y datos que hemos trabajado estos días, al estudiar el tema de la conquista y colonización de América, y muestran, en mi opinión, numerosos matices, aparte de visiones distintas y a veces dispares del asunto. Todo un lujo.

Muchos han reconocido que a raíz de la llegada de los españoles a América se produjo una profunda destrucción demográfica, cultural y ecológica. Se mencionaron al respecto las cifras de algunos manuales sobre el número de indígenas muertos, en torno a 65 millones; se habría pasado de 75 a 10 millones de personas, y en algunos casos como las Antillas las poblaciones autóctonas, los tahínos, habrían desaparecido completamente. Esto, en sí mismo, supuso el aniquilamiento de gran parte del legado cultural, aunque a ello se añade, lógicamente, la pérdida derivada de la imposición del castellano y el catolicismo entre gran parte de la población restante y la destrucción de los imperios azteca e inca (con la correspondiente implantación de un sistema centrado en las ciudades de estilo europeo y las nuevas divisiones administrativas: cabildos, gobernaciones, audiencias y virreinatos). Finalmente, la sobreexplotación de recursos minerales, así como la creación de grandes plantaciones (latifundios) y la introducción de recursos foráneos (como el ganado vacuno, porcino y ovino), produjeron una alteración irreversible de los ecosistemas.

También se ha dedicado cierto espacio a hablar de la explotación económica. Por un lado, se ha justificado la acusación tradicional del robo de metales, dado el enorme volumen de mineral metálico extraído: a lo largo del siglo XVI, unas 18 mil T de plata y 200 T de oro. Por otro lado, se ha reconocido la esclavización de la población (a pesar de las denuncias de Motesinos, de las Casas y otros, y de las Leyes de Burgos de 1512 y las Leyes Nuevas de 1542), con el uso de las encomiendas y la mita.

Por lo demás, se ha señalado que, visto desde América, es normal que se reclamen responsabilidades, dado que todos los 12 de octubre se celebra el proceso, exaltándolo en lugar de subrayar los aspectos lamentables que supuso. Algunos han añadido incluso que el proceso de dominio sigue en cierta medida hoy en día, dado que América ha acogido a numerosas empresas que siguen explotando sus recursos naturales y a parte de sus poblaciones.

Para limitar la responsabilidad o matizar el panorama de la culpa, algunos han insistido en otros aspectos. Primeramente se ha indicado que no toda la responsabilidad es de España y los españoles, por varias razones: la conquista se realizó, en muchos casos, pactando con algunas poblaciones autóctonas; ya existía un complejo y efectivo sistema de dominio (bajo aztecas e incas), que fue aprovechado por los conquistadores; muchos de los que reprochan el dominio colonial son descendientes de los conquistadores (dadas las cifras de indígenas diezmados y de inmigrantes europeos -unos 300 mil procedentes de la Península a lo largo del siglo XVI), y muchas de las muertes de indígenas se deben al contagio involuntario de enfermedades.

Además, otros han señalado que los beneficios del dominio no repercutieron en realidad sobre la población peninsular de la Monarquía hispánica más que en una pequeña parte, ya que gran parte del oro se gastó en saldar las ingentes deudas de la monarquía y no fue invertido en industrias para acumular capital, como en otros imperios. Por ello, sin negar las responsabilidades, se considera que, como descendientes de los españoles de entonces, los actuales no se han beneficiado.

En un sentido más general, los hay que dicen que poco tienen que ver esos españoles  con los de ahora: han pasado muchas generaciones y resulta populista reclamar después de tanto tiempo a gente que poco tiene que ver con aquello.

Justificando más el proceso de conquista y dominio, están los que argumentan que el colonialismo es un proceso normal, que aparece a lo largo de toda la historia conocida; la propia península ibérica fue conquistada en numerosas ocasiones (por indoeuropeos, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, suevos, vándalos, alanos, visigodos, árabes y bereberes, franceses), y nadie pide responsabilidades a los sucesores de estos pueblos. En esta línea se señala que si no hubieran sido los españoles habrían sido otras potencias las que habrían ocupado y masacrado a las poblaciones americanas, y que desde luego la Monarquía hispánica no fue la única en cercenar la historia americana, dado que allí hubo muchos más imperios (Portugal, Holanda, Inglaterra y Francia). De algún modo se reconoce que el contexto de la época, marcado por una necesidad de expandir nuevos territorios y mercados, con sus respectivas fuentes de ingresos, empujó a España hacia América y otros lugares (como a otras potencias en múltiples direcciones). Finalmente, algunos insisten en los aspectos positivos que se aportaron, como nuevas ideas, lenguas y productos, y otros aun han subrayado la superioridad tecnológica (por ejemplo en cuanto al armamento) de los conquistadores, que, junto con los pactos con la población local, permitió los rápidos avances y dominio sobre el imperio azteca por parte de las tropas de Hernán Cortés (1519-1521) y sobre el imperio inca por parte de las de Pizarro (1531-1533).

Desde luego, el debate no terminó ni termina. Se pueden concretar y rebatir muchas de estas afirmaciones, en un sentido o en otro, para intentar aproximar las distintas posiciones y llegar a un consenso sobre lo que ocurrió y sobre cómo puede contarse y afrontarse, que desde un punto de vista democrático es de lo que se trata. Muchxs de los chicxs incorporan perspectivas que han aprendido al viajar a América (por ejemplo a México), y sería interesante sumar al debate más voces. Desde luego estudios más profundos sobre las realidades prehispánicas y sobre las transformaciones tras la conquista permitirían evaluar los contrastes entre un sistema de dominio y otro, entre supuestas superioridades e inferioridades, una explotación autóctona y otra colonial, etcétera.

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