La quintaesencia de la investigación histórica es la búsqueda en los archivos, palabra de profundas resonancias donde las haya. Los archivos son, básicamente, lugares donde se almacenan y conservan, y en principio se ordenan y se estudian también, documentos del pasado. He aquí el otro gran marcador de la historiografía: los documentos, o sea, los fragmentos que han quedado del pasado en distintos formatos (tradicionalmente escritos y gráficos). Cualquier explicación que ofrezcamos sobre lo que hacemos los y las historiadoras pasa por hablar del análisis y la interpretación de documentos reunidos en archivos. Ahí están lxs estudiosxs zambuyéndose en el Archivo General de Indias (Sevilla, España), en el Archivo Secreto Vaticano (Roma, Italia), en los archivos del Instituto Internacional de Historia Social (Amsterdam, Holanda), en archivos municipales como el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (La Plata, Argentina), en el Archivo General de la Guerra Civil Española (Salamanca). En ellos y en una lista casi infinita de archivos, hurgamos en sus legajos, recorremos los laberintos de sus estanterías, nos impregnamos de su polvo, nos maravillamos con los sorprendentes hallazgos que esconden.
Ahora bien. Como ya hemos visto a propósito de los archivos digitales, no hay nada natural en este proceso de investigación ni nada autoevidente en la realidad de los archivos. Quien controla los archivos, controla la historia. Quien determina qué queda del pasado para ser investigado, determina qué se va a decir sobre él. Y con ello, aquellas personas, instituciones, corporaciones, gobiernos, administraciones y entidades que dan forma a los archivos y los gestionan, condicionan irremediablemente cómo se conforma la memoria colectiva en un momento dado. Por supuesto, el tipo de control sobre ellos y de influencia sobre las representaciones colectivas del pasado no es el mismo en unos casos y en otros; el poder y la desigualdad los atraviesan.
Pero, de cualquier modo, el tema de los archivos pone sobre la mesa una cuestión ineludible a la hora de entender en qué consiste la investigación histórica: la propia fuente de nuestros conocimientos está sometida a un proceso de selección que no se explica sólo por los avatares sufridos por los documentos desde su producción en el pasado (deterioro, destrucción, abandono), sino también por un conjunto muy variado de factores del presente (las motivaciones políticas, los límites y posibilidades económicas, los medios técnicos para procesarlos y difundirlos…). Esto, a su vez, conecta con un aspecto (epistemológico) más profundo: las relaciones entre pasado y presente no son inmediatas, sino que están afectadas por una compleja trama que siempre es importante considerar. Esto lo vamos a ver hoy aquí muy brevemente a propósito de los archivos, específicamente a través del caso de la DIPPBA.

Ceremonia de entrega de legajos de la DIPPBA en su antigua sede (calle 54, num. 487, La Plata, Buenos Aires, Argentina), el 24 de marzo de 2018. Foto JRC